el hombre, el odio, la venganza y la lluvia
Caminó como si fuera rumbo a la eternidad. Llovía intensamente. La recordaba hermosa, llorando sobre su hombro desconsoladamente, apretándose contra él, rogándole que no lo hiciera. El odio le nublaba la razón. Un sombrero de ala y un largo impermeable negro lo protegían del temporal que arreciaba cada vez con más fuerza. El veintidós corto oculto a la altura del tobillo, la Smith & Wesson nueve milímetros calzada a un costado del pecho y el rifle militar Beretta Storm CX4 semiautomático con cartuchos desarma chalecos antibalas al otro costado, disimulado bajo el impermeable. A este último lo llevaba colgado con una banda de cuero desde su hombro, listo para disparar. Y para completar su arsenal portátil, en la cintura su infaltable cuchillo de montaña. Casi no había gente en la calle, estaba anocheciendo. El vecindario lujoso parecía abandonado. Saltó una barda, trepó a un muro lateral, cortó la energía eléctrica, desmayó de un golpe al guardia que vigilaba la puerta, como si todo hubiera ocurrido al mismo tiempo. Subió al primer piso sin mayores problemas. Cuando llegó a la reja que dividía el pasillo principal sacó una bolsa de papel manchada de grasa del bolsillo del largo sobretodo. La bolsa contenía dos suculentos y jugosos trozos de carne. Los mastines, un rottweiler y un pitbull, se acercaron a la reja lentamente y cuando comenzaron a gruñir les arrojo un pedazo de carne cada uno. Los perros devoraron la carne como si fuera caviar, en tres minutos estaban a punto de caer desmayados. Ocultos en la carne había unos poderosos tranquilizantes. Miles de dólares gastados en entrenar perros, para que después con un grasiento trozo de carne, se transformaran en mansos corderitos dormilones. El edificio estaba en penumbras, sólo la tenue claridad de las luces de emergencia iluminaba débilmente el lugar. Abrir la reja no fue difícil y tampoco la puerta que marcaba su destino final. Nada se movía dentro de la oscura habitación. Se acercó sigilosamente hasta la cama, como un leopardo al acecho de su presa. Sobre el lecho había una nota, cuando se aproximó para ver de que se trataba una fuerte luz lo encandiló y de inmediato un fuerte golpe seguido de un empujón lo lanzaron hacia afuera destrozando la ventana. No alcanzó a intuir el engaño. En un instante el cazador se convirtió en la presa. Se desarmó como un muñeco articulado que cae de una altura considerable y pierde sus partes y estas quedan cerca como formando un puzzle del espanto.
Ese instante que acaba de acontecer ya se fue para siempre y no volverá. Personas que fueron importantes para nuestras vidas, ya viven para siempre en el recuerdo.
A veces nuestra estupidez y nuestro odio hacen que estemos dispuestos a arriesgarlo todo por nada
Quedó tendido sobre la calle mojada como un amorfo guiñapo empapado en sangre. De nada le había servido el odio cegador, su sed de venganza, todo su armamento y su astucia de espía.
A veces es imposible retener la vida, que se escapa como el agua entre los dedos.
Dos borbotones sangrientos apagaron su último hálito.
Afuera seguía lloviendo copiosamente, como si se anunciara el próximo diluvio.
Edu BB Videla (c) 2009
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2 comentarios:
a veces, es difícil manejar la muerte... me alegra volver a leer de su mano formato cuento... besospajarita
gracias nena y ya mejjjoooorraaatttteeeeeeeeeeee!!!!
vexzitos
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